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11/11/2007

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el Reino

texto 12

Si en el mundo reinara la paz y la justicia, y todos los seres humanos estuvieran unidos por el Amor, entonces ya sería imposible concebir y alcanzar el Reino de los Cielos. Al Reino nadie accede ni por la piedad ni por la pureza, ni por cumplir toda la ley de la conciencia hasta el más pequeño precepto. Al Reino no puede acceder un hombre por sí mismo, por su propia iniciativa ni por su afán ni por su empeño, sino que es el mundo el que, al echarlo fuera, lo traslada allí hacia donde él haya proyectado su ‘yo’ profundo.

El Reino es fantasía cuando el hombre no se enfrenta al mundo. Sólo el que no obtiene del exterior lo que necesita en lo profundo de su ser puede encontrarlo en su interior. Cuando el exterior muere por su ausencia de contenido verdadero, entonces cobra vida el contenido interior. En el interior del hombre que ha cultivado el Amor hasta sus últimas consecuencias se encuentra ese Reino que Jesucristo anunció. Pero para que el exterior muera es necesario plantarle cara al mundo desde la autenticidad de todo el ser.

Luchar por la Justicia no es pretender fabricar un mundo perfectamente justo. Eso es una quimera. Luchar por la Justicia es plantarle cara al mundo, ser excluido, desplazado, y abrir así en el propio interior una nueva puerta de Luz al Reino. Y aquél que abre una puerta al Reino no lo hace sólo para sí, porque el ser humano no es una individualidad espiritualmente independiente, muy al contrario, todo lo que un hombre alcanza en el ámbito de espíritu afecta e incide en toda la humanidad, hasta en sus últimos rincones.

En la quietud de la piedad pasiva la dignidad y el sano orgullo se corrompen y se convierten en soberbia. En la quietud de la piedad pasiva el amor de un hombre hacia una mujer tiende a corromperse y convertirse en simple apetito sexual. En la quietud de la piedad pasiva es imposible evitar la corrupción. Por eso en la piedad pasiva se hacen necesarias las leyes. Pero el que busca el Reino hace todo lo contrario: Convierte la soberbia en dignidad y el apetito sexual lo transforma en puro Amor rebosante de Luz.

Las religiones practican la piedad pasiva, por eso se corrompen. Y los que se corrompen llegan a ser mucho peores que aquellos otros que nunca tuvieron ninguna inquietud espiritual. Según la imagen propuesta por Jesús, si un hombre que ha sido liberado de un demonio y ha quedado limpio, luego se descuida, entonces entrarán siete demonios peores que aquél que salió. Por eso en el seno de las religiones se puede encontrar una maldad mucho más refinada que la que se pueda encontrar en lo peor del mundo.

El que busca el Reino y lucha por Él no puede conocer la corrupción, de la misma forma que nunca se criarán renacuajos en el seno de un río donde corren rápidos y cascadas. La lucha por el Reino abre los ojos del ser humano y le lleva a la toma de conciencia de la completa ausencia de contenido de todo lo material. Ésta es la muerte de las formas exteriores y el volver a nacer en el Espíritu. Entonces brota en el interior una Vida de Amor, que no se siente como propia, y el ser humano toma conciencia de la eternidad.

Leyendo libros, escuchando sermones y predicaciones, es posible acercar el espíritu al Reino, pero nadie puede conocer a Dios, ni al Cristo, ni entrar en el Reino, hasta que no haya muerto en lo exterior, hasta que no haya visto con absoluta claridad el oscuro vacío de las formas materiales, y haya experimentado la resurrección interior en el Espíritu. Entonces se le abren los ojos y los oídos, y ve, por sí mismo, lo que ningún libro jamás podría llegar a relatarle, y comprende lo incomprensible para la razón y para el mundo.

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