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A un hombre enamorado se le dice que debe renunciar a su amada, y nunca lo aceptará por muy razonables que sean los argumentos que se le ofrezcan. En todo obstáculo, por sólido y resistente que sea, siempre existirá una grieta por donde comenzar a hurgar hasta echarlo abajo. Un hombre enamorado, mientras tenga vida, no cesará de buscar la manera de llegar hasta su amada, y el tiempo y la distancia no sólo no consumirán su amor, sino que lo harán crecer. Cuando hay amor, todo es hallazgo.
Cuando no existe verdadero amor, parece como si hubiese mayor cordura, pero en realidad sólo hay falta de fe. Los obstáculos que con el amor eran derribados en la perseverancia, ahora son serias advertencias de que el camino está vetado, y que es mejor resignarse a buscar otras satisfacciones más asequibles. El tiempo apaga el entusiasmo y la distancia es una invitación al acomodo. Cuando no existe verdadero amor, aun estado juntos el hombre y la mujer, no hay hallazgo.
En el ámbito del espíritu solamente pueden penetrar hasta su interior los enamorados. De no haber amor, la sola prudencia es cobardía, la pura sensatez se convierte en estupidez. La inteligencia pasa a ser el mayor obstáculo, y la erudición significa la expulsión inapelable del espacio espiritual. No existen herramientas humanas que permitan la incursión y el hallazgo en el ámbito del espíritu. Sólo los enamorados tienen acceso a él. Los ilusos de la tierra, ésos son los que tienen la llave del espíritu.
Las claves para acceder a lo elevado siempre están escondidas muy cerca, que es donde el ser humano jamás busca. Donde está lo pequeño de la tierra, lo débil, lo frágil, allí está la clave de todo misterio espiritual. Dejando brotar en el corazón los sentimientos más tiernos, y sin avergonzarse de ello, se descubre la realidad sublime. Jugando con los niños a esconderse, inesperadamente descubrimos escondido a Dios. Dejándose enamorar de la mujer menos conveniente se descubre el secreto de la salvación.
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