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21/06/2006

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las Bodas

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El amor humano tiene mucho de orgullo, es posesivo, e incluso puede llegar a ser rencoroso. Por eso cuando Dios entra en el ser humano para llevarlo a la plenitud de todos sus anhelos, primeramente libra contra él una batalla de frustraciones.
El amor que consigue sobrevivir a cien decepciones, el que vuelve a resurgir después de cien abandonos y cien traiciones, ése es el amor que está preparado para engendrar una realidad nueva. Porque el capricho que se satisface con rapidez no fructifica, sino que mata el propio espíritu del hombre hiriendo a su vez el espíritu ajeno.

El verdadero amor tiene una fuerza tan grande que es imposible que no sea correspondido. Pero cuando se mezcla con sentimientos egoístas esa fuerza languidece y el amor queda atrapado dentro del ser sin poder dar ningún fruto. En medio del fuego de la frustración, el verdadero amor arde sin consumirse, y, pasado el tiempo de la prisión en la hoguera, el amor vuelve a brotar renovado y desprovisto de muchos aditivos que le impedían resplandecer con todo el brillo de su autenticidad. Mientras ese brillo no sea cegador por su pureza, el fuego de la frustración volverá a prender.

El amor que no es auténtico arde hasta consumirse por completo y desaparece, ésta es la forma como todos los seres se purifican en la naturaleza. Pero no es posible amar por voluntad propia para conseguir que prevalezcan las cosas premeditadas. Lo único que el hombre puede hacer es reconocer lo auténtico de sí mismo, para identificarse con ello, y para hacer gravitar su propio ser en el eje de su autenticidad. El que ama de verdad es el que acaba por decir en contra de su voluntad: “no podría dejar de amar aunque quisiera.” Es imposible que un amor así no sea correspondido. 

En la sociedad hay relaciones amorosas que están mal vistas, y la gente se esmera en frustrarlas para que la semilla de la ternura no eche raíces. El amor peor visto en el mundo, es el Amor de Dios. Pero no sólo en los círculos donde se mueve el pragmatismo, incluso dentro de las iglesias cristianas. Porque el que conoce de verdad el Amor de Dios no podría jamás someterse a la jefatura de unas jerarquías espirituales ni al yugo del discurso de una doctrina infalible. El que de verdad conoce el Amor de Dios es un extranjero relegado en todo el mundo, víctima de la xenofobia más cruel.

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