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12/09/2006

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las Bodas

texto 6

Los sentimientos son tan sólo la expresión externa de una realidad interior. El verdadero amor no es un sentimiento: Es la unión profunda con el ser amado, la identificación entre dos seres humanos que en la que ya ninguno de ellos se reconoce a sí mismo si no es en el otro. Los sentimientos fluctúan según las circunstancias, crecen y decrecen, y a veces parece como si desaparecieran totalmente, pero el verdadero amor permanece, y aún se hace más fuerte cuando se le imposibilita su expresión.

La imagen más perfecta de la unión en el amor se descubre en la relación amorosa entre un hombre y una mujer, porque, en esta identificación, el hombre descubre en la mujer lo que necesita para llenar el vacío profundo de su ser, al igual que la mujer lo descubre en el hombre. Por eso, hablar de amor no es hablar de pasiones, sino tomar conciencia del sentido profundo del anhelo humano y de todo el universo. La sabiduría más sublime es un impulso, nunca es pura contemplación.

Un hombre enamorado es capaz de romper todos los vínculos de comodidad que le atrapan en su entorno familiar y social con tal de alcanzar el encuentro con su amada. Y no lo hace a modo de resignación, sino en un impulso ilusionado en el que la comodidad social ya pierde todo su valor a la vista de la promesa de una plenitud que ha conseguido vislumbrar en su interior. Y es en esta búsqueda donde únicamente es posible comprender el sentido profundo de la divinidad.

La renuncia del amor de pareja en la resignación no conduce a ningún hallazgo trascendente, por eso el celibato forzado genera más frustración que santidad. El celibato evangélico no puede ser una elección del hombre, sino una consecuencia de la entrega a una lucha por unos ideales que impida la materialización marital del amor de pareja. Pero el hombre célibe no deberá excluir nunca la posibilidad de la presencia del amor hacia una mujer en su interior. El celibato no debería ser un voto vitalicio.

En el enamoramiento el hombre descubre la naturaleza divina, y en la frustración amorosa es en donde puede integrar la presencia de Dios dentro de su ser. En la plenitud del enamoramiento se descubre la generosidad, y, a través de la frustración amorosa, el ser humano descubre la misericordia, y por la misericordia la Solidaridad, y por la Solidaridad la Justicia, y por la Justicia la presencia del Reino del Amor como culminación de todo desasosiego humano y cósmico.

Ese Jesucristo frío, incapaz de enamorarse, es la imagen de un dios pagano. La ternura del Jesús de Nazaret, su identificación con el Padre, en ningún caso podría excluir la presencia del amor de ese hombre hacia alguna mujer a lo largo de su vida. Descubrir la mística del amor de pareja es acercarse al conocimiento del verdadero Dios, pues no existiría ninguna forma de amor en este mundo si no existiera ese vacío interior que impulsa a cada ser humano a encontrar en el sexo opuesto la plenitud de su ser.

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