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01/07/2006

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sabiduría

texto 3

Las revoluciones humanas tienen una validez muy escasa, porque nunca existe una revisión de los cimientos, sino sólo del edificio. Y esto porque no pueden luchar si no es con un apoyo material, y el apoyo material de los revolucionarios es exactamente el mismo apoyo que tiene el poder establecido.
El revolucionario golpea enérgicamente las tres columnas del edificio institucional, con tres ideas fijas que él cree que son las auténticas ideas de la liberación. El suelo en el que estaban apoyadas las antiguas columnas y el que sostendrá las nuevas es el mismo, y el edificio tendrá otra forma, pero poco a poco irá formando y albergando la misma podredumbre. Hasta que los revolucionarios se conviertan en institución y lleguen los nuevos revolucionarios de la revolución. Y así se cierre otro ciclo.

El intelectualismo siempre ha pecado de paternalista. Tres ideas fijas bien combinadas, y cree que tiene las claves para echar abajo todo el armatoste institucional desde una superioridad manifiesta. Pero estas tres ideas fijas no tienen su fundamento en la Verdad limpia que surge como un descubrimiento nuevo que se afirma en sí mismo sin competir con nada. Al contrario, estas tres ideas fijas no tendrían ningún valor sin la oposición a las respectivas columnas del poder institucional.
El intelectualismo decadente se recrea en el lenguaje y gusta mucho de la revisión de los conceptos, se complace en la oposición sistemática a toda propuesta externa, desde esa postura paternalista del que cree que ya viene de vuelta de todo, pues ha encontrado los principios absolutos del saber.

Los verdaderos revolucionarios nunca serán los intelectuales, ni la verdadera revolución puede tener un principio racional. Porque lo que mueve el mundo no son las ideas, sino la fuerza del espíritu. Las ideas que resultan ser la expresión de esta fuerza se imponen, pero es el espíritu y no la razón el que tiene las armas de la verdadera revolución.
El ser humano renacido en el Espíritu es el único capaz de levantar por completo los pies del suelo y observar los cimientos que sostienen toda la sociedad hasta sus raíces más profundas. Porque el ser humano renacido en el Espíritu no tiene necesidad de ningún apoyo material. El que lucha contra la materia desde la materia vencerá o será derrotado, pero no habrá un fruto duradero de esta lucha. Pero cuando es la Fuerza del Espíritu la que habla, entonces habrá frutos de trascendencia que permanecerán.

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