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El mundo, ajeno al Espíritu y hundido en el dios dinero, no está de más, no es una realidad que haya que bordear para alcanzar el Reino. Ésa era la idea de los judíos, que evitaban acercarse al impío y formaban la comunidad de los buenos. Finalmente, la comunidad de los buenos quedó excluida del Camino verdadero, y los maleantes fueron convocados para anunciar una Noticia nueva. El mundo, con todos los pecados y atrocidades que conducen a la muerte definitiva, es absolutamente imprescindible para que pueda existir un Camino desde lo material hasta el Reino, donde el ser es sostenido por el Espíritu y por lo tanto ya no existe la muerte eterna.
El Cristo no nos saca del mundo sino que nos sumerge en él. Fuera del mundo, el cristianismo se convierte en religiosidad inútil abocada a la decadencia y a la corrupción. Tanto más lleno esté un hombre del Espíritu, tanto más cerca estará de la bajeza humana. Y ahí se abre el Camino, en la oposición tensa entre el soporte espiritual pleno y la inercia viscosa que succiona con más y más fuerza. Y no es una elección: La inercia tiene su lugar y el espíritu el suyo. La sabiduría del Espíritu le permite al ser humano darle a la inercia un sentido trascendente en lugar de permitir que el espíritu se hunda en la indolencia. Sin esta lucha, no hay Camino, no hay hallazgo.
Cuando la oposición alcanza la máxima tensión, se abre la puerta de la liberación, que conduce a una realidad donde otra lucha vuelve a fraguarse pero desde una libertad mucho más plena. Esa puerta es la de la completa frustración. ¿Quién quiere entrar por la puerta de la frustración aunque se le asegure que va a encontrar la satisfacción de sus anhelos en una libertad mucho más plena? Parece que la victoria del Espíritu sobre la inercia habría de demostrarse sin ninguna sombra de fracaso. Sin embargo, ningún hombre lleno del Espíritu alcanza ni uno sólo de sus anhelos si primero no ha sido capaz de renunciar a ellos, en un hecho real de completa frustración.
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