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12/08/2006

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sabiduría

texto 7

La debilidad de las estructuras no merece ninguna misericordia. Un fallo en los cimientos de un gran edificio no puede ser justificado en ningún caso. Si el edificio se desploma y sus moradores mueren aplastados, ¿a quién se le exigirán las responsabilidades? Las estructuras sociales, los armazones institucionales, no son de por sí seres con intenciones, ni nobles ni perversas, sino que son el resultado de la eficiencia o de la incompetencia de los que las construyen y las mantienen.

Los armazones institucionales están ensamblados con recursos racionales, el cemento que los recubre son las ideologías cohesionadas en la lógica coherente. Esto es pura materia, y cuando la materia es honrada y le exige al espíritu que la venere, entonces nos encontramos ante el principio del Mal. Lo material no puede desarrollarse sin el aliento del espíritu, el siervo no puede exigirle obediencia al amo. En el espíritu está la intención, la proyección del ser, pero en la materia sólo hay inercia.

Cuando el espíritu gobierna, el cuerpo se somete y responde, pero cuando el espíritu se compadece de su propia debilidad, el cuerpo toma el gobierno del ser y el individuo se deshace en placeres, pierde solidez y ya no puede impedir que las cloacas le engullan. Iglesias que llaman “madre” a la propia institución, que son misericordiosas con las grietas de sus estamentos, están permitiendo que la Fuerza del Espíritu se desvanezca y todo el armatoste institucional se licue y sea absorbido por el vacío del desagüe.

Algunos se dedican a mortificar el cuerpo con el objeto de someterlo al espíritu, pero no saben a dónde van, sólo actúan en el empeño de conseguir el absoluto poder sobre sí mismos. Éstos son la imagen del tirano, que no tiene verdadera autoridad y que necesita llenar las ciudades de vigilantes para espiar al pueblo, y así luego arresta a los rebeldes y disidentes y los martiriza hasta matarlos. Sólo consigue que el pueblo se subleve y mate al tirano. Finalmente el cuerpo mata al espíritu que no tiene verdadera autoridad.

El sabio no mortifica al cuerpo, porque es su herramienta más eficaz, es su mejor aliado para conseguir sus objetivos. Pero el sabio sabe a dónde va y sabe lo que quiere, tiene un objetivo que impulsa todo su ser, que proyecta cuerpo y espíritu en armonía. El sabio es la imagen del rey con autoridad, que se hace respetar por su Amor y su misericordia, y cuando el rey designa un objetivo a alcanzar, todo el pueblo se vuelca a ayudarle, y se somete con entusiasmo a sus capitanes. Es el espíritu con autoridad que lleva al cuerpo.

El religioso que se mira a sí mismo, y gira en torno a su propio ser ideando la manera de alcanzar la pureza, imaginando además que así va a encontrar el favor de Dios, ése es la imagen exacta del tirano sin autoridad: Tanto más busque la santidad, tanto más mezquino aparecerá a los ojos de los demás. Su testimonio será de soberbia y de hipocresía. Sólo el que renuncie a su propia vida y se proyecte en la entrega solidaria a los demás, sólo ése conseguirá la verdadera autoridad, la autoridad del rey bueno.

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12/08/2006

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