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02/09/2006

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sabiduría

texto 9

El anhelo interior es un impulso que brota de lo profundo del ser y que se proyecta hacia fuera, y, en esa proyección, el anhelo construye una nueva realidad que ha de conjugarse con la realidad construida por el resto del cosmos.
Pero cuando ese impulso encuentra el obstáculo de las estructuras psicológicas, sociales e ideológicas, no sale afuera limpiamente, sino que tropieza y gira en el interior del hombre, y se convierte en deseo. No es lo mismo el anhelo interior que el deseo, que está en la superficie del ser. Entonces ya no hay fruto, y el ser humano experimenta la frustración y ha de fabricar con su inteligencia y sus actos premeditados esa realidad que existía en su interior, pero que no ha conseguido realizar fuera de sí.

El deseo insatisfecho genera la fantasía, en la que el anhelo interior se resuelve en la imaginación en lugar de realizarse en el exterior. Tanta más fantasía, tantas menos posibilidades de que el anhelo interior se realice. Y las fantasías desvirtúan el impulso del anhelo original, y ser humano se ve deseando cosas que en verdad no necesita, y luchando por conquistar aquello que verdaderamente no ansía en su interior.
La oración siempre tiene una eficacia, porque ayuda al hombre a entregar su deseo y ponerlo en manos de algo más poderoso. Entonces el impulso se libera y alcanza su objetivo. No importa a quién vaya dirigida la oración, si a un dios, a un santo o a cualquier divinidad: Cuando el deseo es entregado, el ser humano abre su ser y lo libera.

Pero la realidad espiritual es muy compleja, porque no todos los impulsos humanos van en la misma dirección, y existen contradicciones, nudos y barreras que imposibilitan su total eficacia.
El ser humano alcanza la sabiduría cuando toma conciencia de una realidad: Que el cosmos no es una masa inerte que se expande a capricho o según leyes materiales entre las que cuenta el azar. El sabio es aquél que ha tomado conciencia de que el cosmos, íntegramente, tiene una intención, persigue un objetivo. Existen muchos caminos, pero sólo existe un Camino verdadero, que fácilmente se desdibuja en la maraña de las fantasías.

El sabio no es el que concibe y acepta esta idea de manera intelectual, sino el que la hace suya hasta en lo más pequeño de sus pensamientos, sentimientos y actos.
El sabio pone en el Camino sus anhelos: no permite que se conviertan en deseos, ni que la fantasía los resuelva dentro de sí mismo, sino que los impulsa afuera y se deshace de ellos. Entonces estos anhelos, firmemente sujetos al anhelo cósmico, prevalecen sobre todos los demás.
Jesucristo es el Camino, y el impulso cósmico es la Unidad en el perfecto Amor. El hombre renacido en el Espíritu sólo puede vivir en el Amor, por eso dijo Jesucristo: “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, tened por seguro que se os concederá.”

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