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02/10/2007

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sabiduría

texto 12

El conocimiento de lo perfecto no se alcanza en la observación de lo perfecto, sino de lo imperfecto. Porque la perfección en el mundo sólo son ideas que el ser humano fabrica en su mente para hacer realidad lo que aun está en proceso de culminación, pero la realidad verdaderamente expresiva e inequívoca se muestra a través de la imperfección.
Cuando la razón toma las riendas del conocimiento no se comprenden estas cosas. Por eso los hombres desprecian lo que realmente puede ayudarles a crecer en la verdadera sabiduría, y se obstinan en desentrañar lo que está vacío. En las pequeñas cosas que se frustran hay una enseñanza más valiosa que en las grandes cosas que llegan a culminar.

Si lo imperfecto alcanza la culminación de su desarrollo perpetúa su propia limitación. Tiende a endurecerse, para que su engañosa plenitud pueda permanecer invulnerable al proceso natural de decadencia. Finalmente se corrompe desde su interior, porque se ha culminado el desarrollo de algo que no contenía la semilla de la verdadera plenitud.
Por eso todas las cosas en el mundo envejecen y mueren, y luchan por evadir el final de sus días sin poder evitarlo. Sin embargo, aquello que renuncia a sentir la plenitud de la culminación en lo imperfecto, eso puede seguir el camino de una culminación cada vez más perfecta. En la plena perfección ya nada tiene que endurecerse para perpetuarse.

Una respuesta no es significativa sino para aquél que ha formulado la pregunta. Al igual que un vacío dentro de la atmósfera tiende a ser llenado, y se produce un movimiento en el aire, así también una pregunta es como un vacío en el espíritu: Provoca el viento e incluso tormentas. No son las respuestas las que mueven el espíritu, sino las preguntas.
En el mundo, los seres humanos huyen de formularse preguntas cuando han alcanzado la estabilidad. Instintivamente buscan la quietud para que sus esquemas mentales no se desequilibren. Pero el que posee el Espíritu nunca queda satisfecho con ninguna respuesta, sino que abre nuevos interrogantes, para que el viento jamás se detenga.

El que abre interrogantes en lo trascendente remueve todo lo finito y lo mezquino, pues en todo está impresa la necesidad de trascender, la necesidad de no morir y consumirse. Lo imperfecto miente en lo que cree conocer, pero es muy veraz en lo que no conoce. No se formula grandes preguntas, por eso de él es posible obtener grandes respuestas.
Hay que dejar hablar a las cosas imperfectas, aunque encubran dobleces y engaños, porque ellas son las que pueden dar las respuestas más significativas. Hay que dejarse engañar porque sólo así las cosas mezquinas abren sus dobleces y muestran su interior. En lo pequeño y en lo mezquino están escondidas las respuestas a las grandes preguntas.

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