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20/08/2006

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Eucaristía

texto 1

El que consigue divisar la Estrella de la Luz verdadera siente un impulso irrefrenable de encaminarse hacia ella. Entonces se da cuenta de la inmensa cantidad de vínculos que le atan a las cosas y que le impiden emprender el Camino. Los rompe, uno a uno, hasta quedarse solo, extasiado por la Luz de la Estrella.

No se cuestiona si alguien más ve esa Luz, no le importa ir solo, porque sabe cuál es el Camino y no necesita el apoyo de ninguna otra persona para seguirlo. Pero en el Camino se encuentra con otros que miran al mismo horizonte y caminan con el mismo entusiasmo. Se unen, no para unificar ideas, sino porque siguen la misma ruta.

Llega la tarde y buscan un lugar para reponer fuerzas. Alegres por haber coincidido en el mismo ideal, se sientan y hablan. Uno de ellos lleva un pan, lo saca y lo comparte con los demás. Otro lleva algo de vino, y todos beben. En esos momentos se vive la imagen de la culminación, la alegría indescriptible que presagia la Luz de la Estrella.

En el pueblo, la gente se reúne. Come pan y bebe vino, lo mismo que los caminantes, pero allí no existe ninguna culminación. Unos se embriagan, otros se aburren. Algunos viven con euforia la reunión, para luego languidecer en la añoranza. Otros sólo se reúnen para no sentirse solos, buscando siempre la protección en el grupo.

El pan que se come en el pueblo y el que se come en el Camino están hechos de la misma materia, pero del pan del pueblo sólo sirve para engordar y el vino para aturdir, mientras que el pan que se come en el Camino es vida, y el vino, alegría. Lo que para unos es alimento vivificante, para otros puede ser una necesidad que jamás se verá satisfecha.

No importa cuántos estén reunidos, ni los preparativos de la cena. Si los hombres están instalados en el pueblo y no han roto sus vínculos con las cosas ni han emprendido ningún camino, por mucho que quieran imitar las formas de hacer de los caminantes, no obtendrán ninguna culminación: Sólo engordarán, envejecerán y morirán.

Si el Espíritu no se materializa, se reduce a la potencialidad de un impulso. Si la materia no se impregna del Espíritu, es sólo inercia que conduce a la muerte. Pero si la Luz de la Estrella resplandece, el pan es verdadera Vida y el vino verdadera Alegría: Cuerpo y Sangre del Cristo. No por la escrupulosidad de un rito, sino por la Fuerza del Amor.

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