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28/08/2006

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Eucaristía

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En lo alto del monte inaccesible está el manantial del agua más pura, dentro de una hondonada ancha y profunda. El agua queda retenida en la hondonada, por eso no puede correr ladera abajo. La hondonada está llena, el agua ha alcanzado el borde, pero se filtra en el interior y no fluye afuera. Entonces el borde se quiebra, y por allí comienza a manar agua que corre ladera abajo. Llega hasta el valle, la vegetación se levanta, y todos los seres vivos van a beber. Ya las cosechas no se pierden en época de sequía, ni los hombres han de guardar y hervir agua empozada para poder beber.

No fue el borde más recio ni el más elevado el que permitió que el agua fluyera por encima de la hondonada, sino el borde que se quebró. Una vez que el agua comenzó manar, el borde quebrado se ensanchó y el torrente fue más caudaloso. Este hecho ya no está supeditado al criterio de ninguno de los seres humanos que habitan en el valle, ni depende de ningún razonamiento, ni tendría sentido alguno dirimir sobre la conveniencia de que el agua saltara por encima de otro lugar en el borde de la hondonada. Es un hecho irreversible, firmemente grabado en la memoria del universo.

El monte inaccesible es el Origen, la divinidad, como cada cual quiera concebirla. El manantial del Agua más pura es el Espíritu, que levanta la materia inerte, le da vida y la impulsa a recrear el propio universo. La hondonada es la profundidad oscura del cosmos, donde la sed es insaciable. El borde quebrado es Jesucristo martirizado y muerto por su lucha contra la injusticia, la indignidad y el egoísmo; por querer derramar en el valle el Agua del manantial. El valle es el mundo, y los que se acercan a beber del torrente son los que han reconocido que no existe otra Verdad eterna que el Amor.

Muy por encima de leyes morales, doctrinas y pensamientos profundos, Jesucristo es un hecho histórico, un hecho irrepetible e irreversible, pues una vez que el agua acumulada en la hondonada eligió el lugar del borde por donde habría de fluir ladera abajo, ya no buscará ningún otro sitio. El Cristo se encarna en todo ser humano que ama la Verdad y vive en el Amor, pero Jesucristo fue ese hombre concreto, Jesús de Nazaret, que encarnó plenamente al Cristo hasta alcanzar el borde de la hondonada, y allí se quebró en su pasión y muerte, permitiendo que el Agua de la Vida bajara hasta el valle.

Por muy profundo que sea el pozo que los hombres quieran excavar, si en el interior no hay agua, no la encontrarán. Todas las verdaderas formas de espiritualidad hablan del Cristo, aun sin saberlo. En todas las iniciativas sinceras de solidaridad está Él presente, aunque ellos crean que todo lo que hacen depende exclusivamente de su propio esfuerzo; pero el único conducto por donde mana el Espíritu de la Verdad es Jesucristo. Unigénito, porque no puede haber más grietas en la hondonada que permitan la salida del agua. Sus palabras deben ser escuchadas, pero es a Él a quien hay que conocer.

El Origen es inagotable. Si no lo fuera, entonces existiría otro Origen anterior por el cuál éste existió. Por eso la Vida que procede del Origen no puede morir para siempre. Y por eso, el que se quebró para liberar el Agua de la Vida dio testimonio de la eternidad del Origen en su resurrección; y todo aquél que beba del Agua del Origen a través de Jesucristo, no morirá para siempre. El ser humano es aquello de lo que se alimenta, pues es el alimento lo que le da forma a su espíritu, y que luego impregna todo su ser: su carne y su sangre. No se es por lo que se piensa, sino por lo que se ingiere.

Eucaristía es encarnar al Cristo comiendo la Carne de Jesucristo, y actuar luego en consecuencia bebiendo su Sangre, que es lo que mana cuando la carne se rompe en la renuncia a la propia vida y en la entrega por Amor. Así como Jesucristo se rompió para que los seres humanos conocieran la Vida, así ha de romperse todo aquel que quiera llamarse cristiano. Pero incluso aquellos que no se llamen cristianos pero que entreguen su vida por Amor a los demás en la Solidaridad, incluso ésos están viviendo la Eucaristía, pues la verdadera Justicia nunca juzga creencias sino frutos de Vida eterna.

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