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05/09/2006

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Eucaristía

texto 3

El amor crece en la presencia del ser amado, y se purifica y se consolida en su ausencia.
En la presencia, el amor se ensucia con el deseo, se duerme en la costumbre, se muere en su propia satisfacción. En la ausencia, todo lo superfluo se desvanece y la añoranza dibuja la imagen de la verdadera unión interior con el ser amado.
Cuando no hay amor, sino deseo e intereses, la ausencia deshace todos los vínculos, por muchos que sean y por muy fuertemente que hayan sido atados.

La presencia de Dios lleva al ser humano a la plenitud más sublime, y entonces construye una cabaña a la espera de que Él se instale allí para siempre. Pero Dios desaparece y el hombre se queda sumido en la añoranza. Es ahí donde el ser humano comienza a gestar en su corazón un verdadero Amor. Si Dios aceptara vivir en la cabaña, ya no existiría ninguna posibilidad de trascendencia al Reino de la Justicia, ya no existiría ninguna esperanza para los hambrientos y sedientos.

Los templos son esas cabañas en las que se pretende guardar a Dios para poder experimentar la plenitud sin el Amor. Los ritos se han convertido en técnicas de invocación mediante las cuales es posible vivir en la plenitud de la presencia divina sin necesidad de seguir el Camino de la lucha por la Justicia y el desapego de toda cosa material superflua. Las iglesias matan el verdadero Amor en el pueblo pretendiendo llevarlo a la plenitud de la presencia divina mediante la moral y los ritos.

La ausencia de Dios en el mundo es la promesa más esperanzadora de su propia salvación. En esta ausencia, todo lo que es postizo cae y se seca, y permite así la gestación de un verdadero Amor en el corazón de todos los seres humanos. La búsqueda del placer desenfrenado, del poder y de las riquezas materiales en el individualismo, todo esto es el pozo en el que necesariamente tiene que caer la humanidad para comenzar a vislumbrar la verdadera Luz que las instituciones eclesiales han eclipsado.

La Eucaristía es el alimento que les permite continuar el Camino a los que añoran porque han conocido el Amor en la ausencia divina, no es el rito que suscita la presencia de Cristo en la molicie de los pueblos. La verdadera presencia de Cristo está en el hambriento y en el sediento, en el desnudo y en el extranjero, en el que sufre, justa o injustamente, en el que es perseguido cuando lucha por la conciliación y por la Paz.
Incluso el amor humano más modesto proclama a gritos todas estas cosas.

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05/09/2006

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