inicio

temas Palabra salmos de oriente ecumenismo advertencias

TEMAS

anterior

17/09/2006

siguiente

Eucaristía

texto 4

Un pueblo sin espíritu es muy fácil de gobernar. Basta con llenar sus estómagos, permitirle un desahogo sexual libre, y enredarlo en la lucha por la competitividad y el consumo. Así el pueblo estará entretenido y no molestará a los dirigentes.

Pero existe un sector de la sociedad que no se conforma con estas cosas, necesita encontrarle a la vida una dimensión trascendente. Para satisfacer esa necesidad están las religiones: Le someten bajo el poder espiritual de unas jerarquías, le hablan de una vida futura que llegará después de la muerte, le inculcan unos preceptos morales, y lo entretienen en ritos comunitarios, que es una buena manera de evitar que piense demasiado. La comunidad tiene esa fuerza capaz de arrebatarle a un hombre su individualidad, y, por lo tanto, su capacidad para elaborar criterios propios y tomar conciencia de las contradicciones en las propuestas doctrinales que las jerarquías imponen. Por lo demás, mientras tengan el estómago lleno, esas gentes no molestan.

Cuando se habla de solidaridad con el tercer mundo, inmediatamente un banco consigue hacer negocio ofreciendo esta ayuda a cambio de llenar sus arcas e incrementar sus beneficios. Cuando se habla de verdadera justicia, inmediatamente sale en la prensa la detención de un juez corrupto. Cuando se habla de dignidad del ser humano, inmediatamente los científicos recalcan el avance de la tecnología, intentando hacer creer que el verdadero valor del ser humano es su inteligencia. Cuando el estado y la iglesia celebran sus nupcias, entonces ya no quedan grietas que taponar, todo está bajo el control de los poderosos, y el pueblo es como un perro manso al que se le da de comer, se le hace una caricia, y se le encierra en su caseta.

Fuera del acomodo en las cosas materiales, fuera del acomodo en instituciones religiosas, ahí están los disidentes, los sospechosos, los que parece que tiran piedras contra su propio tejado por no querer integrase en una sociedad en la que podrían encontrar satisfacción para todas sus necesidades.
Entre éstos últimos están los únicos que de verdad pueden llamarse apóstoles de Cristo. No necesitan ninguna imposición de manos ni el reconocimiento de ninguna jerarquía: No son de este mundo y jamás encontrarían la felicidad si se dejaran someter a un poder establecido a cambio de tristes satisfacciones falsificadas que nunca culminan y que sólo conducen a una frustración cada vez más insostenible.

La misión de los apóstoles, los extranjeros de este mundo, no es echar abajo ninguna institución, ni siquiera oponerse a tomar de ellas lo que necesiten para sobrevivir, sino dar un testimonio de que existe otra realidad, a la que ellos realmente pertenecen, que es el Reino del Amor, y que también existe un Camino para llegar hasta ella: Jesucristo.
Los extranjeros no se suben a ningún armazón humano para hacerse ver, ni consienten en ostentar ningún reconocimiento institucional para hacerse oír. La Verdad tiene fuerza por sí misma, y si se la intenta apoyar artificialmente, se desvirtúa.
El Reino del Amor es el Reino de la verdadera Solidaridad, la verdadera Justicia y la verdadera Dignidad humana.

No hay que temer a los que puedan matar el cuerpo, sino a los que matan el espíritu. Al extranjero no le preocupa su cuerpo por miedo a que le puedan quitar la vida, sino porque el cuerpo es la herramienta que necesita para cumplir su misión en el mundo. El que tiene Vida en sí mismo la entrega por propia voluntad porque, igual que la da, sabe que puede recuperarla. Y entregar la vida no significa necesariamente sufrir torturas, sino consumirla enteramente en dar testimonio de la Verdad, con sus pensamientos, sus sentimientos y sus actos. Y la Verdad no es una doctrina, no es un sistema organizativo según el cual todas las cosas se disponen según una supuesta voluntad divina, sino que la Verdad es la identificación con el Origen, la Fuerza que no se agota: El Amor. 

En el mundo y en las iglesias, el espíritu es el resultado de la reunión comunitaria. Por eso buscan prosélitos, captan adeptos, exigen filiaciones, para que el espíritu que ellos han creado no muera de hambre. El espíritu es esclavo de la materia.
En el Reino, la comunidad es el resultado de la comunión en el Espíritu. Por eso no se forman jerarquías ni se imponen doctrinas, no luchan por captar discípulos ni les importa que la comunidad sea numerosa o escasa. La unión es anterior a la reunión, la materia está al servicio del Espíritu, y por eso nunca se corrompe.
El pan que se comparte, símbolo de la carne que se rompe, el vino que se esparce, símbolo de la sangre que se derrama, ésta es la esencia de la sabiduría del Reino.

anterior

17/09/2006

siguiente