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24/02/2007

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Eucaristía

texto 7

Todo ser humano busca mantener su integridad, por eso se mantiene quieto y observa, pone barreras hacia el exterior y mide sus actos, siente miedo y luego sorpresa. Pero cuando el hombre se mantiene mucho tiempo en la quietud percibe dentro de sí el endurecimiento y la muerte, por eso busca salida a su hermetismo, aún a riesgo de perder la seguridad, para romper y transformar estructuras asfixiantes y encontrar esa libre expansión que le permita recrear la realidad exterior y procrearse uniéndose a lo que le es opuesto. En la sociedad, la fuerza liberadora se manifiesta en los grupos progresistas y las religiones son la manifestación más clara de la fuerza integrista.

El progresismo le da la espalda a la seguridad de un orden ya establecido y compensa el miedo a la desintegración fabricando una fantasía de poder: Poder sobre la naturaleza, sobre los seres humanos, sobre la materia. Cree ser capaz de alcanzar el trono que le permita ordenar libremente la dirección y el sentido de todo lo que existe. La ciencia y las ideologías económicas, sociales y humanas pretenden llegar a descifrar las leyes ocultas que rigen el comportamiento de todas las cosas, y así manejar según los propios criterios toda la realidad exterior. Apoyado en esta fantasía se deja impeler por los propios instintos perdiendo su dignidad humana y destruyendo la de los demás.

La religiosidad le da la espalda a la libre expansión creativa y compensa el proceso de endurecimiento y muerte interior fabricando una fantasía espiritual: Así nacen todas las mitologías, en las que se proyecta en seres espirituales superiores la misión de deshacer las frustraciones que los límites morales ocasionan. En la invocación a estos seres superiores se desarrollan ritos que van acompañados de sacrificios personales y colectivos. Así pretenden fabricar un ejército de guardianes que, mediante influjos que están por encima de las leyes naturales, protegen y liberan al ser humano sin necesidad de que éste se arriesgue a transformar la realidad exterior con su propio impulso.

Todo esto es del mundo y está absolutamente dentro del mundo. Los religiosos hablan del mundo como algo ajeno a ellos, hablan a la fantasía de poder de los progresistas inconscientes que infringen normas morales, pero no ven su propia fantasía: la inerte mitología religiosa. Cuando los progresistas desprecian la mitología religiosa tampoco ven la fantasía que en la que ellos se apoyan y que, cuando se desvanezca y el engaño quede al descubierto, les hará caer en la absoluta falta de sentido de la vida. Son los dos polos opuestos que se corresponden con los dos impulsos de todos los seres humanos. El tibio y ambiguo punto medio queda tan dentro del mundo como los dos extremos.

Cuando Jesucristo dio la buena Noticia con su Testimonio, no quiso en ningún caso instaurar ninguna religión nueva que fuese más verdadera que las anteriores ni que las que pudieran surgir, como tampoco pretendía animar a su pueblo una ruptura inconsciente de todo orden establecido en busca de una falsa libertad. Jesucristo dio la buena Noticia para sacar al hombre del mundo: Tanto de la religiosidad inerte como del progresismo inconsciente, y de cualquier punto intermedio que quede dentro de estos dos polos opuestos. El mensaje de Jesucristo va mucho lejos que cualquier consideración racional, personal o social, que pueda articularse con la mente.

La materia se rige por leyes razonables y en el mundo el espíritu es esclavo de la materia, por eso el mundo está sometido al poder de la razón. De la razón nacen las ideas, de las ideas las ideologías, de las ideologías los sistemas, y en todo sistema hay un polo en el que prevalece el moralismo y un polo en el que prevalece el progresismo. Ninguno de los dos polos está más en la verdad que el otro, porque todos tienen un mismo señor: La razón, que siempre hace prevalecer el orden sobre la verdad, las estructuras exteriores sobre la realidad interior, los jefes sobre los subordinados, la integridad del grupo sobre la del individuo, las ideas sobre la fuerza del Amor.

En el Reino, la materia es esclava del espíritu, la razón es sierva del Amor, por eso no sirve para construir ni para sostener, sólo para expresar y hacer comprender. En el Reino, el sistema está por debajo del individuo, la iglesia es menos importante que el hombre, los jefes son inferiores a los subalternos, el orden es esclavo de la Verdad, la realidad interior prevalece sobre la exterior, el Amor disuelve las ideas, por eso no se forman ideologías. El Rey se deshace y se convierte en alimento, como un trozo de pan y un poco de vino, que alienta el espíritu transformando al ser humano y permitiéndole encarnar al mismo Cristo que Jesús encarnó, y llevándole a dar el mismo Testimonio.

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