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03/03/2007

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Eucaristía

texto 8

Una piedra lisa se desliza sobre el agua mientras mantenga un impulso, cuando se detiene se hunde. Una rueda que se desplaza impulsada sobre una superficie se sostiene derecha hasta que se detiene, entonces cae de lado. Los astros giran en órbitas y por eso no colisionan entre sí, el movimiento les mantiene, pero los astros no giran por miedo a la colisión, sino que realizan un movimiento natural; no existe el miedo. Los ciclos de la tierra en su órbita dan lugar a las estaciones que regeneran a su vez los ciclos de la vida.
Cuando el espíritu se desplaza según un movimiento natural, todo el ser humano se mantiene conforme a su naturaleza. Entonces las leyes se hacen cada vez más innecesarias. Pero si el espíritu se detiene aparece el miedo, y el hombre evade el miedo buscando un movimiento que obedezca a otros impulsos, y recurre a los instintos. De esta manera el ser humano se corrompe y sale fuera de su naturaleza, porque ha dejado atrás el espíritu y ha reducido todo su ser a la parte más inerte, que es el cuerpo material.

El hombre que se mueve según el impulso del espíritu busca la unión marital, y, como consecuencia de ella, obtiene el placer del sexo. El hombre cuyo espíritu se ha detenido busca primero el placer sexual, y luego se resigna a la unión marital, o bien la rechaza y finalmente la rompe. El hombre que se mueve según el impulso del espíritu busca la justicia y para ello asume puestos de poder. El hombre cuyo espíritu se ha detenido busca primero los puestos de poder, pero luego se olvida de practicar la justicia.
El hombre que se mueve según el impulso del espíritu busca el beneficio de los demás a través del propio enriquecimiento, y para ello obtiene y hace uso de la riqueza material necesaria según cada circunstancia. El hombre cuyo espíritu se ha detenido busca primero la riqueza material, pero, cuanto más riqueza acumula, más se olvida de utilizarla para procurar el beneficio de los demás. Sexo, poder, riquezas, de esta manera el hombre se excluye del orden natural, y, en reciprocidad, la naturaleza lo excluye.

Las iglesias pretenden encaminar al ser humano dentro del orden natural enunciando leyes morales y educando la conciencia. La conciencia no se educa, la conciencia ya tiene sus propios preceptos naturales. O está limpia, y entonces toma las riendas del ser, o está oculta, y entonces el ser humano se pierde fuera de su naturaleza. Todo intento de reprimir los impulsos espontáneos del hombre mediante normas morales es inútil. Lo único que puede encaminar al hombre es la renovación del impulso de su espíritu.
Estar en movimiento espiritual no es ir de un lado para otro, ni buscar fórmulas rituales, ni escudriñar libros sagrados. Estar en movimiento espiritual es desnudarse en el espíritu deshaciendo vínculos materiales: Palacios ostentosos, prerrogativas de poder, dogmatismos inútiles, apoltronamiento insolidario. Libre de todos estos vínculos surge espontáneamente la verdadera Eucaristía: el impulso espiritual se convierte en un imán, atrae a todos los hombres para así conducirlos por el Camino de la Verdad y la Vida.

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