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20/10/2007

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Eucaristía

texto 12

El pueblo es para con el estado como un niño para con su madre. Grita y llora para recibir protección, cobijo, y para poder gozar del mayor número de comodidades con el mínimo esfuerzo por su parte y asumiendo las menos responsabilidades posibles. Cuando el hombre se hace adulto, ya la “madre patria” no representa para él un círculo familiar cerrado, sino que tiende a convertirse en ciudadano del mundo. El egoísmo del niño que sólo mira su conveniencia se abre hacia un horizonte de solidaridad universal.

Las necesidades materiales las cubre el estado; las espirituales, las religiones. La “madre iglesia” facilita la doctrina ortodoxa en la que hay que creer. Las jerarquías imponen una disciplina, las leyes morales son las consignas de comportamiento santo, los ritos son los mecanismos de purificación. Los fieles de una religión esperan que la iglesia les resuelva sus necesidades con el mínimo esfuerzo por parte de ellos, y sin asumir otra responsabilidad que la asistencia a unos cultos y la obediencia a las leyes y a los jefes.

Un hombre que vive en una ciudad no puede ir cada día al campo a buscar hortalizas y matar animales para conseguir carne. El comercio es necesario en el caso de la sociedad para el abastecimiento de lo material, pero en el espíritu no es posible el comercio. La conversión no es la afiliación a una religión, sino una transformación interior profunda en la que el ser humano rompe sus vínculos con las cosas materiales y se funde en el Espíritu. La conversión no es algo que se pueda comerciar ni obtener desde afuera.

Jesucristo mostró que el Dios verdadero no es un ser que existe fuera del hombre y que juzga en la distancia. Jesucristo dio testimonio del Dios que se hace uno con el ser humano. Él, en esa unidad con el Padre, propone la eucaristía, un símbolo para que todos tengan presente esta realidad y no caigan en la levadura de los fariseos: La religiosidad cómoda en la que se observan ritos y leyes al tiempo que se eluden las verdaderas responsabilidades: La de la conversión interior y la de la Justicia solidaria.

Encarnar al Cristo, al mismo Cristo que encarnó Jesús, es un Camino hermoso y luminoso, pero al mismo tiempo es un Camino de violencia interior. La pretensión de que el pan eucarístico es real y físicamente el cuerpo de Cristo, y el vino su sangre, eso es un comercio ilícito destinado a facilitarle al pueblo el verdadero Camino falseando la realidad espiritual. Mediante el comercio se le pueden facilitar al pueblo las hortalizas y la carne, pero no se puede facilitar una realidad espiritual trascendente sin desvirtuarla.

Nadie puede comer el cuerpo de Cristo ni beber su sangre a través de un rito externo. De la misma manera que el pueblo no quiere madurar y prefiere permitir que sea el estado el que dirija sus pasos a cambio de una comodidad irresponsable, así mismo el pueblo religioso se niega a la verdadera conversión. Prefiere acatar exteriormente doctrinas, aunque secretamente piense que no son muy fidedignas, a cambio de un pasaporte a otra vida después de la muerte. Pero ese pasaporte material nunca conducirá al Espíritu.

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20/10/2007

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