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08/10/2006

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Testimonio

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Los ciclos sólo se cierran en el entendimiento humano, pero no en la realidad. El tiempo no se repite. No es posible comprender realmente el presente con la sola luz de la experiencia pasada. La única Palabra que puede expresar la eternidad es la que está en continuo movimiento, que se desplaza con el tiempo y que adquiere un significado siempre nuevo, como si hubiese acabado de ser pronunciada.

El entendimiento disipa el miedo a lo desconocido, pero la ausencia de miedo no significa ausencia de peligro. El ser humano identifica las cosas para facilitar el entendimiento, y así esconde el peligro. El entendimiento fácil aleja del verdadero conocimiento de la realidad, porque fuerza la percepción de las cosas para que se parezcan unas a otras. Cuando más confiado se está, llega la catástrofe.

Cuando se habla de lo que se ha estudiado se emplean palabras llamativas, para ocultar el vacío de contenido que se produce cuando el ser humano no habla por sí mismo desde la novedad de su propio descubrimiento. Entonces la originalidad sólo está en la forma y en una elucubración artificiosa sobre los conceptos ya estudiados. Pero esas palabras cuya base es el mimetismo siempre traicionan a la verdad.

No hay que ocultar el peligro, hay que alejar el miedo. El peligro se oculta disfrazando la realidad. El miedo se aleja uniéndose al Origen. Ante el peligro inesperado, el ser humano abre mucho los ojos, afina el entendimiento, pone en tensión todos sus músculos, agita su espíritu. Así puede alcanzar a comprender lo desconocido, lo que no puede ser afrontado con sentencias pasadas ni conocimientos estudiados.

Lo inesperado existe en cada instante, pero el ser humano se ha habituado a identificarlo con hechos pasados. No se pone en tensión, no abre los ojos ni afina el entendimiento, sino que se remite a su experiencia. Parece como si hubiese conseguido descifrar la nueva realidad neutralizando el peligro, pero en verdad sólo ha extendido un velo y ha permitido que el peligro penetre sin ser visto.

Los estrategas religiosos ponen a prueba a los testigos de Dios, para poder descifrarlos, y sacan conclusiones tranquilizadoras. Así dan la espalda a la realidad nueva y permiten que el peligro penetre hasta los cimientos de sus armatostes institucionales. Ellos ríen satisfechos, pero, cuando se cumpla el tiempo de la renovación, verán perplejos como su prudencia era engañosa. Pretendían engañar a Dios.

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