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Todos los que dan la cara, los que luchan con honestidad, todos están engañados. Creen que lo hacen guiados por unos principios nobles, pero en realidad sirven a los intereses de los que permanecen escondidos, que cuando salen a la calle dan una imagen de ecuanimidad, de prudencia y de sabiduría: los jefes de las iglesias.
Dios es demasiado veraz, por eso es peligroso. Para los jefes de las iglesias, la verdad hay que dosificarla de manera que pueda beneficiar al pueblo sin perjudicarles a ellos. Por eso hay que cortar de raíz cualquier manifestación de Dios sobre la tierra, para que Dios no tenga más remedio que canalizar su Palabra por la vía eclesial, y así estos ministros puedan quedar como los únicos representantes de la Verdad divina.
Al siervo de Dios hay que buscarle el punto débil. No hay prisa, la trampa se construye utilizando el material que él mismo proporciona. Tampoco hay que buscar personas ajenas que pudieran resultar sospechosas: entre los amigos y conocidos están los esclavos que, animados por palabras serenas e inteligentes, se encargarán de situar la trampa y animar al siervo de Dios a entrar en ella haciendo uso de su honestidad. Luego basta esperar al desenlace y, cuando éste se produzca, los supuestos ministros del cielo exhibirán sus manos limpias y los esclavos serán los inculpados.
De entre los títeres de los ministros puede haber niñas, jóvenes y gente honrada: lo verdaderamente importante es suprimir al testigo de Dios y salvar la institución eclesial. Lo demás siempre será menos importante.
Pero el día en que las estrategias fallen ya ha llegado: El testigo no puede ser derribado inculpando a inocentes, sino que será el propio Tirano el que tenga que sacar todas sus armas escondidas y exhibirse él mismo para eliminarlo. Entonces el Mal escondido en las instituciones eclesiales quedará al descubierto, y el trueno divino sonará desde la sede del Tirano hasta el confín de la tierra.
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