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08/11/2006

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Testimonio

texto 4

Cuando el niño alcanza la pubertad comienza la época del cortejo, y detener este proceso significaría detener el crecimiento del muchacho. Una vez que ha pasado el invierno todo comienza a florecer nuevamente, y la naturaleza busca la oportunidad para procrearse; tampoco este proceso puede ser detenido sin un daño irreversible. La humanidad encontró el cortejo de su pubertad con la llegada de Jesucristo.

No existe forma de vida superior donde no se contemple la época de la unión de los opuestos, la unión que fructifica y regenera la propia vida. Llegado este tiempo para la humanidad, el encuentro entre lo divino y lo humano ya no podía ser detenido ni pospuesto. Por eso, aunque el pueblo judío se negó a celebrar las nupcias divinas, así todo, el encuentro amoroso de Jesucristo para con toda la humanidad quedó sellado.

Una mujer que no ama a un hombre porque no lo conoce, puede ser conquistada cuando él le muestre su amor. Una mujer que ama a un hombre está siendo continuamente conquistada, pues su amor crece al sentir la correspondencia del amor del hombre. Una mujer que sabiéndose amada no ama pero mantiene ese amor por conveniencia, ésa no puede ser conquistada, y verá cómo otra mujer se lleva el amor de ese hombre.

El pueblo judío quiso mantener el Amor de Dios para su propio beneficio pensando que sólo con cuidar las formas no lo iba a perder. Pero no existe ningún amor, ni siquiera el Amor divino, que pueda dar fruto si no es correspondido con todo el calor posible por parte del ser amado. Por eso el árbol que no dio fruto fue cortado, y el Reino pasó a manos de aquellos extranjeros que supieron corresponder al Amor divino.

Como la mujer que no ama porque no conoce y la que ama porque conoce, así Jesucristo sólo quiere para sí lo que es frío o caliente. Pero Jesucristo vomita fuera de sí a los tibios, a los que buscan a Dios desde la fe inerte, sólo para gozar de los beneficios. Éstos son la imagen de la mujer que no ama pero preserva el amor del hombre por la vanidad de sentirse poderosa. Siempre acabará por perderlo.

Que no se confíen las iglesias pensando que por el hecho de ser herederas de una promesa ya sólo resta mantener los formalismos y esperar. Veinte siglos pasaron desde la promesa de Abraham hasta la llegada de Jesucristo, y otros veinte siglos han pasado desde entonces. Al igual que el pueblo judío perdió la promesa heredada desde antiguo, así también están en camino de perderla las iglesias cristianas de tibios formalismos.

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