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03/04/2007

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Testimonio

texto 10

La verdadera fe no es un invento intelectual, ni la enseñada por los obispos ni por ser humano alguno. La verdadera fe la encuentra el hombre en su interior cuando en él ha hecho morada el Espíritu de la Verdad. Los hombres transmiten ideas, el Espíritu trasmite Luz. Las palabras expresadas por los hombres están mediatizadas por connotaciones, manipuladas por intereses, endurecidas por las tradiciones; pero la Luz que muestra el Espíritu es nítida, sin sombras, siempre la misma y siempre nueva.

Jesucristo no murió para suscitar lástima por su pasión y asombro por su resurrección. Jesucristo murió para derramar sobre la tierra el Espíritu de la Verdad y construir así una morada en el Origen mismo de la Vida para que todos aquellos que le sigan no queden atrapados por la oscuridad de la muerte. A todos sus apóstoles, sus amigos, les hizo ver que, llenos de este Espíritu, podían atar y desatar en la tierra con el beneplácito del Cielo. Apóstoles de Jesucristo son todos aquellos que le siguen incondicionalmente.

Jesucristo nunca aprobó el poder espiritual de unos hombres sobre otros, el contrario, nadie puede decirse cristiano y al mismo tiempo hacerse llamar a sí mismo “maestro”, “instructor” o “padre”. Uno solo es Maestro e Instructor: el Cristo, que se expresa mediante el Espíritu de la Verdad que hace su morada en todo aquél que le invoca con fuerza y humildad. Y uno solo es el Padre, que es el Amor, el Origen, el Manantial de la Vida que nunca se agota ni se contamina, y que asoma a través de todo lo que existe.

Una iglesia no es cristiana cuando pretende instruir, cuando ostenta un magisterio, o cuando es conducida por alguien que se hace llamar “padre” a sí mismo. Porque no existe otro Maestro ni otro Instructor sino el Cristo, ni otro Padre que el Origen del universo. Las iglesias filtran las escrituras y con mucha severidad sacan lo que les conviene, y con mucha alegría esconden lo que les perjudica. Están más ocupadas en mantener sus prerrogativas de poder que en seguir de verdad el mensaje de Cristo.

Defienden la vida, y eso es bueno. Pero se esmeran en la defensa de los no nacidos porque esto se puede hacer mediante documentos redactados en sus despachos. Sin embargo no se comprometen a defender la vida de los ya nacidos y maltratados por las terribles injusticias sociales porque eso les obligaría a abandonar sus despachos, a poner sus muchas riquezas a disposición de los pobres, y a arriesgarse a un enfrentamiento con los gobernantes perdiendo así el poder que, a través de ellos, obtienen sobre el pueblo.

Niegan la comunión a los que en verdad la necesitan: Aquellos que se equivocaron a la hora de elegir su pareja en matrimonio y buscan otra oportunidad para volver a intentarlo. Sin embargo no se la niegan a aquellos otros que ostentan riquezas, y que son causa de injusticia social. A éstos les reverencian, sobre todo si de ellos obtienen beneficios económicos, desoyendo de esta manera la clara advertencia de Cristo: Los ricos no entrarán en el Reino de los Cielos. Cuelan un mosquito y se tragan un camello.

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03/04/2007

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