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05/08/2007

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Testimonio

texto 11

El Anticristo no es una fuerza espiritual que opera desde fuera del cristianismo y que pretende alejar a los hombres de los valores cristianos con un mensaje alternativo, más acomodado y menos riguroso. Al contrario, el Anticristo se sitúa justo delante del Cristo, emplea sus mismas palabras y defiende los mismos valores. El Anticristo no busca a los hombres de espíritu débil, que con más facilidad se dejan arrastrar por falsas doctrinas seductoras, todo lo contrario, busca precisamente a los que con más rigor y entrega se proponen caminar en la Verdad del Cristo por el Camino que conduce a la Vida. Éstos, los auténticos, son sus preferidos, son el tesoro insustituible del Anticristo.

Sólo existe una diferencia entre el Cristo y el Anticristo: Que el Cristo entrega la vida por Amor y así abre las puertas del Reino de la verdadera Vida, y el Anticristo no entrega la vida, sino que se abraza a ella y utiliza la fuerza del mensaje cristiano para hacerse sitio en el mundo, desplazando el Reino y la verdadera Vida fuera de la realidad presente impidiendo de esta forma que los hombres encuentren una salida del mundo, se resignen a permanecer en él, y, así, toda la fuerza espiritual de los verdaderos creyentes quede en manos del poder mundano. El Anticristo se corresponde exactamente con las tentaciones de Jesús en el desierto: Usar a Dios para hacerse fuerte y poseer el mundo.

En el mundo las cosas se atan con la ley; en el Reino, con el Amor. Cuando no hay Amor se hace imprescindible la ley, pero cuando aparece el Amor toda la ley queda cumplida, porque el Amor es el legislador, el Origen y la razón de ser de toda ley. Jesús vino a cumplir la ley plenamente, y sin embargo fue el que trasgredió todas las frías normas tradicionales para así demostrar que el Amor es el dueño y la ley es la sierva. Donde aparece el Amor, y las leyes y normas declinan y le dejan paso, ahí está el Cristo. Donde normas y leyes presionan, ahogan y condenan las expresiones genuinas de Amor solidario y entrega, ahí está el Anticristo: La blasfemia contra el Espíritu de la Verdad.

Los armazones están formados por vínculos y prioridades, y esto es razón muerta. En oposición está el Espíritu, que sólo puede hacer morada en el interior del ser humano. Las instituciones son armazones muertos, son los hombres los que le dan vida. Ningún ser humano tiene derecho a juzgar a ningún otro, sino que la única relación santa entre los seres humanos es la del Amor. Pero las instituciones no tienen vida en sí mismas, no tienen conciencia propia sino a través de los hombres. No se puede amar un armazón institucional. Por eso, desviar el Amor al ser humano, que contiene vida, por el amor a un armazón, que es razón muerta, esto no es prestarle servicio a Dios sino traicionarle.

Ningún ser humano puede juzgar a ningún otro, pero los armazones pueden y deben ser juzgados, pues ahí se manifiesta el ejercicio del discernimiento que concede el Espíritu de la Verdad. Jesús habló exclusivamente del ser humano, de cada ser humano como expresión única del Amor de Dios. No supeditó este Amor a ningún orden institucional. El Reino no es una institución de vínculos, prioridades y privilegios. El Reino trasciende a todo condicionante racional y se sitúa en la realidad del ser. Denunciar una institución no es juzgar a los hombres que la integran, sino abrirles los ojos para que no den vida a una cosa que les desvía del Camino de la verdadera Libertad en el Amor.

Las instituciones deben ser respetadas cuando de ellas depende la estabilidad de los que las integran, pero una institución es una herramienta que pertenece al mundo material y, como toda herramienta, debe ser revisada, reparada e incluso desechada y sustituida. Pero si una herramienta toma para sí el Amor que le corresponde al artesano que la utiliza, entonces ahí no está el Cristo, sino el Anticristo. Ésta es la imagen del árbol que se mantiene firme, erguido, robusto, que absorbe desde sus raíces agua y minerales quitándosela a otras plantas, pero que no da verdadero fruto de Amor. Entonces el dueño de la huerta prepara el hacha, observa y espera durante un tiempo prudencial.

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